el infierno existe. ayer me di de bruces con el y perdí toda esperanza. dijo sartre que el infierno es el otro. estamos de acuerdo. y si extendemos al límite tal aserto, el infierno no solo es el otro, es los otros. y cuando estos esos otros se materializan en sujetos concretos el tormento, el dolor y el sufrimiento que provocan es inenarrable, insoportable, fatal. sobre todo si esos otros forman parte de dos bandas de cofradías leonesas tocando fanfarrias dodecafónicas, simultáneamente, al unísono, en el parque de san francisco: una cacafonía(*) vesánica y demoníaca, de tal modo escatológica que ni al mismo dios, cuyo sadismo es tanto, se le hubiera ocurrido tal tormento: no hay pecado tan grave que para redimirlo justifique tortura semejante. definir la experiencia como atroz e inhumana sería ser parco. conrad, de haberla vivido, hubiera descrito el horror con absoluto conocimiento de causa. cioran se hubiera suicidado sin llegar a publicar nada, anonadado. virginia wolf se hubiera machacado el occipital con piedras en lugar de metérselas en los bolsillos y ahogarse. finalmente, rimbaud hubiera metido la cabeza en un tonel de absenta después de comprobar que su temporada en el infierno era , en comparación al horror que se sufre en los jardines de san francisco en estas fechas, un relajado y tranquilo periodo vacacional en el jardín del edén. sin embargo, masocas míos, paciencia, la semana que viene estará repleta de exquisitos y redentores suplicios visuales y sonoros que colmarán nuestras ansias de penitencia y tal. afortunadamente, hemos venido a este mundo a sufrir. para mayor divertimento, jolgorio o gozo desviado, tras la semana santa, elecciones. no babeéis, golosos.
cuaderno de rambó, de manuel jular (notese la fina elipsis que me evita hacer ditirambos directos y sin embargo dirigir la atención del lector al verdadero próposito de esta entrada que es… )
(*) meologismo.
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