La última proclama, perpetrada en la Conferencia Episcopal con la voz y la hechura de Martínez Camino, bastante más Camino, por cierto, que Martínez, me ha devuelto a los tiempos no ya del emperador Constantino, que sería lo suyo, sino a una historia entrañable y muy vieja, de vago parentesco, por la que pido excusas. En 1813, Antonio Bernabéu, arcediano en Murviedro, la Sagunto actual, publica su Juicio histórico-canónico-político en el que aboga por vivir una Iglesia solo dedicada a los temas que atañen al espíritu. Pues bien, el entonces obispo de Orihuela, Cebrián y Valdés, manda que le retiren la licencia para administrar sacramentos, el rey Fernando VII le condena a presidio y la Inquisición de la época le llega a procesar para, más tarde, absolverle sin cargos. Al final, este buen sacerdote pudo exiliarse en Londres, en compañía de aquellos liberales románticos, como fue Blanco Withe o el muy ilustre Lorenzo Villanueva, de los que el desparpajo de Esperanza Aguirre se reclama heredera.
El arcediano de Murviedro murió en tierras inglesas, dentro de una fe inconmovible, y fue enterrado en el cementerio católico de San Pancracio con una Biblia protegiéndole el pecho. Una amarga existencia torturada hasta el límite por los desaciertos temporales y obtusos de algunas jerarquías.
Han pasado dos siglos y la Iglesia española, o una parte de ella, vuelve a manifestar el irrefrenable deseo por intervenir en las cosas del César, esta vez con inoportunas insidias sobre antiterrorismo. Pero la sociedad, la política, las costumbres y la altura creciente de la libertad ciudadana han mudado lo suyo. Y lo que entonces era la práctica diaria de una intromisión asumida hoy provoca rechazo en una buena parte de la feligresía.
El cuento del pariente y el devenir del tiempo vienen al caso por el flaco favor que estas sacristanadas hacen a quien se pretende ayudar, en este caso me refiero al PP. Porque, muy al contrario de lo que se persigue, sí movilizan a ese electorado volátil, sesgado al centro-izquierda, al que el desteñido gobierno que rige Zapatero no logra enardecer. Y los asuntos, en la casa de Génova, tal como apuntan las recientes encuestas, no están para experimentar ni con las gaseosas ni con unos sofismas que parecen sacados del Concilio de Trento.
Con los obispos confundiendo las cosas y con Gallardón apartado, dicen que malamente, de la lujuriosa cercanía al poder, solo le faltaba a Rajoy que le estallara en brazos el caso del fúnebre Lamela. Un caso que se sale del marco de las manipulaciones políticas para descender al abismo más negro del horror. Ni las sentencias judiciales, ni la misericordia, ni los criterios médicos, ni el frescor de la nieve, hacen que se arrepienta este despreciable sujeto, un auténtico patrimonio de la inhumanidad, que proyectó, en su día, la sombra de cuatrocientas muertes sobre la profesión de una gente honorable.
Y esto cala en la calle y puede congelar el voto moderado, porque recuerda, como un huevo a otro huevo, a la catadura de ese bravucón conductor de Logroño, el mismo que insistía en cobrar a los padres los desperfectos que produjo en su coche la muerte del hijo.
Are, pues, don Mariano Rajoy con los bueyes que quiera, y si Cañizares estima que algunos de nosotros vayamos al infierno allá con su conciencia, pero también pedimos al viejo monseñor, tal como se decía en el chiste del vasco, que no nos acojone.
pra aviso de navegantes MJ ha rediseñado este simbolo que avisa del peligro de sustancias, discursos y materias tóxicas y perjudiciales para la salud mental.
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