La censura vuelve. Será a causa de un fantasma que recorre Europa de la mano, esta vez, de la extrema derecha, o quizá sólo culpa del hastío de los ciudadanos que, con sus votos, podrían impedirlo pero lo cierto es que los síntomas asoman. El último, el del veto de las autoridades que deciden en el metro de Londres acerca de qué ha de figurar y qué no en las paredes.
Una Venus inconveniente
La exposición que reúne en la Royal Academy of Arts de la capital del Imperio obras de Lucas Cranach, El Viejo, se anuncia por todo Londres con un cartel en el que aparece un cuadro del maestro y, en él, la imagen velada apenas por una gasa de una mujer desnuda. Ha sido prohibida su exhibición en los andenes del metro. El cuadro se pintó a la luz del día en el siglo XVI pero, al parecer, puede herir los sentimientos de los viajeros subterráneos del siglo XXI.
Materia de escándalo
Como dice de manera bien clara la Biblia, cada uno se escandaliza de lo que quiere. Tratándose de hombres, el motivo de escándalo puede caer en la Maja desnuda, en la Venus de Cranach, en el tobillo malicioso de una cupletista en el París de las de antes del porno duro o en la cara descubierta de la mujer que será lapidada a continuación por exhibirla así. No hay límite para los escándalos, ni tampoco frontera alguna. El de Cranach es el retrato de una adolescente pero no van por ahí los tiros, ni estamos hablando de pederastia. Aunque tal vez deberíamos hacerlo; sobre todo por la tendencia bien curiosa de no pocos de los escandalizados de ese estilo a protagonizar, en lo oscuro, el acoso a los menores de edad.
No, no lo hay. La pudibundez, el meapilismo, el rasgado de vestiduras y otros síntomas de ese trastorno sexual oculto —aunque poco—, capaz de vetar cuadros clásicos con cuatro siglos a sus espaldas, no cuenta con otro arreglo que el que figura en los manuales de la psiquiatría. Cuando el obseso de turno llega al ejercicio de un cargo, cosa que sucede bastante a menudo, se desencadenan los despropósitos: mutilar las estatuas de los museos, oscurecer con un traje de pintura a los cuerpos desnudos, retirar los carteles de la vía pública.
Lo único que cabe hacer a tal respecto consiste en la prevención activa. Elegir con cuidado, por ejemplo, a la hora de depositar el voto en la urna y, sobre todo, decidirse a hacerlo. De esa manera no se acaba con los meapilas pero se logra al menos que se escandalicen, con un punto de placer rijosillo en las pupilas, allá en la más hondo de la intimidad de sus casas.
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